Por Gabriel Noriega
Que no nos demos cuenta es una cosa. Pero la reja, la reja invisible, la cuadratura del aire y del piso sigue ahí. No nos damos cuenta, pero el mundo se ha vuelto una baldosa ciega: tetraedros, hexaedros, octaedros, dodecaedros. Todas las geometrías han sido ya tendidas, como sogas para colgar la ropa, como telas de araña en las que somos las moscas.
Y así vivimos, con nuestro espíritu de hormiga, laburando por el bien de la colonia —recogiendo las migas que una mano abstracta ha dejado caer— cargando al lomo hojas enormes, por el bien de la cuenta bancaria, del mañana y del pe-i-bé. Laburantes insectos somos, pasito a pasito, triunfando, ganando y aspirando a las vacaciones en pantanos no tan envenados. Escapando solo para volver mañana y despertar una vez más sobre las sábanas viejas, de camas alquiladas, en casas alquiladas por quien sabe quién.
Y la lengua… solo hablamos lo ya hablado, y hasta el más grande poeta apenas reescribe la escritura del mundo, sumando su nudo de letras al Gran Ladrillo de la Cultura (así, con C mayúscula) …Proyecto de vida, el camino ya trazado, la respuesta ya sabida… Así vamos, repitiendo la repetición, soñando, ilusas hormigas, con el mundo liso y sin rejas, con un campo de margaritas y yucas bajo la tierra. Soñando con el lenguaje de los ríos y los perros, con nidos de eucalipto y una escuela del latido. Hay un pulso bajo la tierra, hay un pulso que pulsa, escúchalo, escúchalo como yo, y soñemos, oh, hermano, con la abolición de la baldosa, con la abolición del cuadrado. Saldremos de aquí, algún día, todos juntos, reventando el piso como las hormigas, reventando el cielo como niños que aman y que beben, reventando las sogas como los vientos, desnudos.