• Skip to primary navigation
  • Skip to main content
  • Skip to primary sidebar
  • Skip to footer
UT Shield
Teresa Lozano Long Institute of Latin American Studies
  • Pido la Palabra
  • Our Workshops
  • UT Seminar
  • Publications
  • Theorizing
  • Press

Uncategorized

June 19, 2025, Filed Under: Uncategorized

Río Bravo, Tamaulipas, México 

Por Estefanía Cavazos-Reyes 

Lunes, 8 de septiembre del 2014 

Ya casi son las dos y media. El salón apesta a sudor y humedad desde que salimos a jugar a la hora de recreo. Como hoy en la mañana hicimos los honores a la bandera, tenemos que llevar corbata, chaleco, y esa camisa de manga larga que tanto me pica. Usualmente, el aire acondicionado alivia la asfixia del uniforme, pero lleva descompuesto desde que regresamos de honores, y los mismos treinta grados que se sienten afuera se sienten aquí. 

Apenas me doy cuenta del montón de sudor que Luis tenía en su nuca cuando la maestra Sarai nos pide abrir nuestros cuadernos de mate para resolver divisiones. Siempre me han gustado las matemáticas, pero repasar lo que vimos en quinto es aburridísimo. Preferiría tener la clase de educación física hoy en vez de los viernes. El profe siempre nos deja jugar a policías y rateros afuera en el patio. La maestra sigue escribiendo en el pizarrón divisiones con decimales cuando a lo lejos escucha un fuego artificial. Debieron haber empezado a celebrar el 16 de septiembre desde temprano. Pero los cohetes no paran y se escuchan cada vez más cerca. La maestra deja de escribir y voltea para encontrarse con veinte pares de ojos confundidos. 

– “¿Qué se escucha maestra?”, pregunta Luis con su voz chillona. – “Nada Luis, nada. Escúchenme todos. Vamos a sentarnos en el piso a lado de la puerta sin hacer ruido. ¡Rápido!” 

Me levanté de mi banco y mis amigas ya estaban guardándome un lugar en el piso. Al ser solo cinco niñas en el salón del Sexto “A”, todas crecimos siendo cercanas.

El espacio entre mi falda y mis calcetas blancas toca el piso cochino y húmedo. Estoy apunto de levantarme para bajarme más la falda cuando se vuelve a escuchar otra explosión. Cerca. En la calle de enfrente. La maestra corre, agarra un banco, lo pone en la manija de la puerta del salón, y se sienta en el piso con nosotros. 

Mi corazón empieza a latir rápido. Lo puedo escuchar en mis oídos. Tengo miedo. La vista se me empieza a nublar gracias a las lágrimas que se derraman de mis ojos, mis pestañas, hasta mis cachetes. 

– “Hay ángeles volando en este lugar, en medio del pueblo y junto al altar. Subiendo y bajando en todas las direcciones…” 

Levanto la mirada y veo que la maestra, mis amigas, y algunos de mis compañeros cantan para sofocar el ruido de afuera. Yo también canto para olvidar esta sensación de encierro. Entre sollozos y saltos al escuchar las balas perdidas. Cantamos porque no hay nada más que hacer. 

Hoy nos recoge la mamá de Marina Cecilia, entonces para cuando llegue a mi casa, la comida estará fría. 

*** 

Martes, 19 de mayo del 2015 

Estamos veinticinco encerradas en el cuarto. 

Antes lleno de música clásica, ahora permanece en un silencio absoluto. Se escuchan sollozos reprimidos de las demás niñas, pero no puedo averiguar de quiénes. Quizá sea Marlett o Regina, ambas suelen llorar por todo. La maestra pide que guardemos silencio, pero en niñas de doce años el miedo es difícil de esconder.

Habrán pasado ya diez o veinte minutos desde que nos pidieron sentarnos pegadas a la pared y desde que la maestra atrancara todas las puertas y apagara todas las luces. 

– “Para que no intenten entrar aquí a esconderse.” 

La brea me pica en mis manos, en mis pies, en mis muslos, pero no me atrevo a moverme. Es como si un movimiento en falso pudiera delatarnos. Mis ojos por fin se ajustan a la falta de luz y puedo ver los rostros de las demás niñas en tutus. A lado mío está Fátima. Al ser vecinas, nuestros papás se turnan en llevarnos al ballet. Hoy les toca a mis papás recogernos. 

Aún falta una hora de clase cuando alguien toca la puerta de la academia. Todas en el cuarto contenemos la respiración, y debido a su oscuridad abrazadora, solo vemos la silueta del extraño parado fuera de la puerta de vidrio. “Ya valimos madres”, pienso. Estoy segura que la persona de afuera tiene un arma en su mano. 

La maestra se levanta, camina hacia la puerta y, al abrirla, reconozco a esa figura alta con entradas y bigote. 

– “Vente, vámonos. Dile a Fátima que la pasamos a dejar a su casa,” dice mi papá. Yo no quiero irme de la academia. Tengo miedo de que algo nos pase a los tres en el carro de regreso a la casa. Pero no tengo opción. Agarro a Fátima y nos subimos a la camioneta. 

*** 

Miércoles, 5 de octubre del 2016 

¡Como odio la humedad! Aún sigo en mi uniforme de ballet, y puedo sentir las mallas pegándose a mis piernas chiclosas de sudor.

Ya quiero llegar a mi casa a bañarme, pero mi papá y yo estamos esperando a que mi hermano termine su clase de karate. Lo bueno es que el dojo está a contra esquina de la casa, entonces solamente tendremos que cruzar la calle. – “Okay, para terminar la clase vamos a practicar la kata que aprendimos la semana pasada,” dice el sensei, anunciando los últimos diez minutos de clase. Volteo a ver a mi papá y me responde moviendo las cejas y señalándome a que me siente con él en lo que termina la clase. Nos sentamos en las sillas más cercanas a las puertas abiertas del dojo. Papá de seguro también se muere de calor. De repente las veo pasar. Dos camionetas yendo a raja madre mientras se disparan una a la otra. Mi papá me levanta y me avienta al baño en el fondo del salón junto con otras mamás y hermanas. El calor se siente diez veces peor ahí. No corre el aire y el baño está a su máxima capacidad. El encierro me sofoca. No sé dónde están mi hermano y mi papá. Creo que se quedaron afuera. Espero que hayan cerrado las puertas que dan a la calle. 

No sé cuánto tiempo pasa hasta que abren la puerta del baño y veo a mi papá y a mi hermano de nuevo. 

En silencio, los tres cruzamos la calle, entramos a la casa, y nos quedamos en el cuarto que está más lejos de la calle, hasta que llegue mamá. 

*** 

Jueves, 14 de septiembre del 2017 

El cambio más radical de este año no fue empezar la secundaria en Estados Unidos. Mi antigua maestra de catecismo acaba de enviar un mensaje al grupo de la clase en el cual aún sigo. 

– “Por favor, mantengamos en nuestras oraciones a Marina Cecilia y a su familia.”

Confundida le llamo a mamá para preguntarle qué le pasó a Mari. – “Pinche maestra. No sé porque chingados les envió eso a ustedes,” dice mamá. Después me explica que a Mari y a su mamá las levantaron el lunes en la mañana, cuando iban saliendo de su casa para la escuela. 

También me dice que a mi tía la soltaron ese mismo día, pero Mari sigue encerrada. La van a soltar mañana. Mamá no me dice cuánto dinero pagaron para que se la regresaran. 

Mi corazón se detiene y se hunde en mi cuerpo. No logro entender la voz de mamá en el teléfono así que le cuelgo. 

Todo hace sentido ahora. Ya entiendo porque Mariana me habló en la mañana para preguntarme si Mari estaba bien. Mari no suele contestar mensajes, entonces nada parecía extraño. 

Cuando mamá llega a la casa, me duele la cabeza de tanto llorar. Estoy exhausta y confundida, pero mamá me promete que puedo acompañarla a casa de Mari al día siguiente. 

*** 

Viernes, 17 de agosto del 2018 

No logro mantener mis ojos abiertos por el cansancio. A pesar de que acaban de pasar por mí hace menos de dos minutos, puedo sentir mi cuerpo derretirse en el asiento mientras apoyo mi cabeza en la ventana. 6:15 AM. Si me duermo ahorita podré descansar por más de una hora antes de llegar a la prepa. Pestañeo y ya estamos en la casa de Jorge. Esperamos en la calle oscura y muda a que Jorge y sus hermanos se suban a la camioneta. De repente, el silencio es interrumpido por unos cohetes y el desmadre que es acomodar a los cuatro hermanos en la camioneta. 

La mamá de Jorge se acerca para platicar de volada con la mamá de Homero, cuando se vuelven a escuchar los fuegos artificiales. Ahora más cerca. – “No se preocupen, solo es gente tronando cohetes,” nos asegura la mamá de Homero. No le veo el propósito, ya que los niños que no están dormitando ya se pusieron los audífonos para escuchar música. 

Otra vez se escuchan los estadillos. Ahora en la calle de atrás. 

El grito de la mamá de Jorge nos despierta y despabila a todos, 

– “¡Bájense ya y métanse a la casa!” 

En chinga todos nos desabrochamos los cinturones y nos bajamos de la camioneta sin nuestras mochilas. Primero Jorge y yo, para poder dejar pasar a los otros cuatro que ya estaban casi dormidos en el asiento de atrás. 

Corremos agachados a la casa de Jorge, la puerta por donde entramos da a la cocina. Los siete nos agachamos cerca de la mesa de la cocina, mientras que las dos mamás cubren nuestra vista al estar más cerca de la puerta de tela. Ahora los balazos se escuchan en la calle donde dejamos la camioneta con nuestras mochilas. 

Ahogo un grito, pero no logro detener las lágrimas calientes que chorrean por mis mejillas. Al escuchar los mocos en mi nariz, la mamá de Jorge se agacha a mi lado y me abraza hasta no dejar oxígeno en mis pulmones. 

– “Todo está bien hermosa, nada más hay que esperar tantito.” No sé cuánto tiempo estamos encerrados, pero me estoy secando las lágrimas mientras me subo a la camioneta de nuevo. La mamá de Homero nos pide que vayamos con la cabeza abajo hasta que lleguemos al puente.

*** 

Lunes, 25 de febrero del 2019 

La luz fluorescente del pasillo expone las lágrimas que se están formando en mis ojos. 

– “Todos estamos bien, no te preocupes. Le cancelaron las clases a tu hermano en la primaria por el narco puente, entonces estaremos encerrados en la casa el resto de la semana. No llores, tú síguele echando ganas allá estudiando. Nos veremos el fin de semana.” 

Después de colgar vuelvo a entrar a mi tercera clase de hoy. Mis ojos parecen estar pegados al suelo, ya que así ni mis amigos ni mis maestros pueden notar lo hinchados y rojos que están. El resto del día es borroso. 

A la hora de salida, la mamá de Marina Cecilia nos recoge de la escuela y me da una maleta llena de uniformes para la semana que mi mamá le dio. Una vez en su casa, saco las polos verdes y los khakis de la maleta y encuentro un papel en el fondo. El marcador traspasa la hoja y puedo ver dos siluetas. Al desdoblar la hoja reconozco los monitos de palo de mi hermano. Una niña y un niño.

Ella, más alta y vestida de morado – mi color favorito; él, solo le llega a la cintura y viste de azul – su color favorito. Le envío un mensaje a mi hermano agradeciendole por el dibujo. Pasamos el resto del día encerradas en la casa de Mari. Ella está terminando su tarea de inglés, mientras yo acabo la de geometría. Estoy segura de que me pedirá copiarla una vez que acabe. 

Extraño mucho a mamá y a mi hermano, pero al menos no tendré que levantarme a las cinco para llegar a la escuela. Mari dice que ellas se levantan a las siete.

*** 

Miércoles, 3 de enero del 2024 

Mamá y yo estamos acostadas en el cuarto más cercano a la cocina. Papá se acaba de ir al trabajo y mi hermano sigue dormido. Son vacaciones de invierno, y yo vine a visitarlos por tres semanas. Nosotras acabamos de desayunar y ya sentimos los párpados pesados. Entre pláticas sobre gente del pueblo y sobre cómo me está yendo en la universidad, mamá comienza a contarme acerca del 2008. En aquel entonces, aún vivíamos en la casa vieja, la que tenía el ático lleno de telarañas. Y como si fuera cultura general, mamá menciona a los que eran nuestros vecinos. 

Siento mi estómago voltearse. No debí haberme servido tantos chilaquiles. Mamá me relata cómo solía haber cien personas secuestradas en la casa de al lado. Ni mi papá ni ella se dieron cuenta hasta que un día llegó la policía y sacó a todos de su encierro. 

– “Pero lo raro es que nunca se escuchó nada, y eso que compartimos una pared. Lo único extraño era que llegaban paquetes llenos de galletas María a esa casa.” Atónita y con la boca medio abierta, no comprendo como apenas me entero de esto.

November 9, 2024, Filed Under: Uncategorized

El Eduardito estaba en otra misión

By Gabriel Noriega

“(…) No es la muerte la que se lleva a los que amamos. Al contrario, los guarda y los fija en su juventud adorable. No es la muerte la que disuelve el amor…”

Héctor Abad Faciolince

El día que murió mi abuelo, todavía no había muerto. Se había caído de espaldas, de madrugada. Su tratamiento contra el cáncer incluía morfina y esta lo dejada mareado, como ausente. Al caer se fracturó el cráneo.

Mi abuela mantuvo la calma. Con sus manos temblorosas llamó a mi tío que dormía en la casa de al lado. Él lo levantó del piso y llamó a una ambulancia que lo llevaría al hospital, ya en coma.

Mi tío fue claro. El Eduardo se va a morir, me dijo.

El viaje hasta la costa, donde vivían, fue larguísimo. Fue un viaje a oscuras, con luces de camiones encandilándonos la vista, con curvas de árboles y sus sombras.

Llegamos de madrugada, directo al hospitalucho local, semiabandonado por el gobierno. Ahí, en una camilla escueta, frente a un ventilador desbaratado y en medio de partículas de polvo alumbradas por un sol mañanero, estaba el Edu. Su cuerpo, ya herido de tanto pinchazo y flaco de tanta quimio, estaba mal tapado por una sábana celeste. Aun así, translucía su aura de valiente, su piel brillante, sus manos fuertes, su rostro fuerte, su bemba maravillosa.

Su semblante era serio, como si estuviese… en una misión. Todo lo hacía así. Poner un tornillo en la puerta. Embadurnarle las piernas con crema a mi abuela. Preparar la cena. Subirse al techo para dispararles a las palomas invasoras. Con una seriedad infinita, una concentración total. Siempre despreció en mí, dicho sea de paso, el poco el tino en el gesto, la flojera de las manos, los vasos que no he dejado de regar. Y yo lo admiraba como se admira a un titán, o a un pescador que no sabe nadar, o a un torero que acaba de matar. Y fue conmigo, como con todos los niños de la familia, el abuelo más maravilloso, símbolo ético total, el romántico empedernido. De armas tomar, siempre. Con cada uno, un tesoro, una confidencia. Con cada uno, un mundo mágico particular.

El Eduardito estaba en otra misión, decía. Como si hubiera decidido ponerle fin al dolor, al suyo y al nuestro. Como si supiera perfectamente lo que estuviera haciendo, y esto de accidente no tuviera nada.

Y esa misión le tomó dos días, hasta que dejó de palpitar.

Abuelo querido, machetero de avanzada, ¡qué lástima me da! Una lástima, mi abuela sola. Una lástima, abuelo querido, abuelo por adopción y por elección. Te vestimos, Eduardo, con tus mejores ropas, y te besamos el rostro, abuelo compañero, y te lloramos, ¡porque qué rabia nos da!

November 9, 2024, Filed Under: Uncategorized

Reventemos el piso, como las hormigas

Por Gabriel Noriega

Que no nos demos cuenta es una cosa. Pero la reja, la reja invisible, la cuadratura del aire y del piso sigue ahí. No nos damos cuenta, pero el mundo se ha vuelto una baldosa ciega: tetraedros, hexaedros, octaedros, dodecaedros. Todas las geometrías han sido ya tendidas, como sogas para colgar la ropa, como telas de araña en las que somos las moscas.

Y así vivimos, con nuestro espíritu de hormiga, laburando por el bien de la colonia —recogiendo las migas que una mano abstracta ha dejado caer— cargando al lomo hojas enormes, por el bien de la cuenta bancaria, del mañana y del pe-i-bé. Laburantes insectos somos, pasito a pasito, triunfando, ganando y aspirando a las vacaciones en pantanos no tan envenados. Escapando solo para volver mañana y despertar una vez más sobre las sábanas viejas, de camas alquiladas, en casas alquiladas por quien sabe quién.

Y la lengua… solo hablamos lo ya hablado, y hasta el más grande poeta apenas reescribe la escritura del mundo, sumando su nudo de letras al Gran Ladrillo de la Cultura (así, con C mayúscula) …Proyecto de vida, el camino ya trazado, la respuesta ya sabida… Así vamos, repitiendo la repetición, soñando, ilusas hormigas, con el mundo liso y sin rejas, con un campo de margaritas y yucas bajo la tierra. Soñando con el lenguaje de los ríos y los perros, con nidos de eucalipto y una escuela del latido. Hay un pulso bajo la tierra, hay un pulso que pulsa, escúchalo, escúchalo como yo, y soñemos, oh, hermano, con la abolición de la baldosa, con la abolición del cuadrado. Saldremos de aquí, algún día, todos juntos, reventando el piso como las hormigas, reventando el cielo como niños que aman y que beben, reventando las sogas como los vientos, desnudos.

November 9, 2024, Filed Under: Uncategorized

Dear Dad

By, Celine Norman

I’ve been thinking about the conversations that we have been having lately about your work. I feel embarrassed that it has taken me so long to ask you about your experiences working in the mines, about your journey as a mechanic, about your dreams. I wonder how different my life would have been if I had a kid at 22, if college was never presented as an option for me, if I was a man and all I knew for “work” was physical labor. I’ve been thinking about how I have learned so much about the world through you. I not only can look in the sky and tell apart a Boeing from an Airbus, but I also have a particular sensitivity to what it means to labor.

I still remember the nights you would come home from work, grease all over your hands and arms, in your uniform. I remember Fridays’ were pay-days so you would take me, maddie and jr down the street to Paul’s Market for us to pick out a treat. I also remember how much you hated working. You would always say, “go to college so you don’t have to work and be miserable at your job like me.” During the week you would come home tired, not really able to be as present with us. Your drinking also made it hard for us to be around you. But on the weekends you would take us on little adventures around the city, like to feed the ducks at the park, or ride the bus downtown, or take us to the art museum on the second Saturday of the month when admission was free. On the weekends you didn’t drink. I think it’s because those were the days where you felt the happiest. On the weekends we could joke around, laugh, and be silly together. Those are the days I prefer to remember.

I’ve been thinking a lot about capitalism and what it has taken, and continues to take not just from us but so many others globally. It’s a machine that keeps taking, stealing things so precious like time. How many monday, tuesday, wednesday, thursday, fridays did it take from us? Precious time that we can never have back. It’s a loveless system that only steals, and has nothing to give. But I keep coming back to the weekends, so many beautiful memories that it cannot take. It cannot steal our connection or our love. Love transcends time and space (of course we know this to be true already). I could be sent to an entirely different galaxy right now, and our love would still carry with me. I hope to see you soon, so we can share more time together.

Con mucho, mucho amor,

Nene

October 2, 2024, Filed Under: Uncategorized

El Florecimiento, poemas

Una colección por Nicholas Calzada


El Bailarín
Su cuerpo giraba y movía al ritmo de la canción
No tenía nada planeado
Solo escuchaba, y respondía con los movimientos
Bailaba y bailaba
Mientras la música sonaba
Siempre le ha gustado la Beyoncé
Su madre parada al lado
Sonriendo, aplaudiendo, y dándole ánimo
Y el chiquillo solo continuaba y reía
Sin miedo a que alguien lo viera


La Víbora
“Hey, Nick, can I ask you a question?”
ese chico no sabía la respuesta
en cambio, su cuerpo si
empezó a sentir esa víbora
esa víbora que solía deslizarse por dentro de su cuerpo
moviendo los órganos y aplastándole la esperanza
sentía como que una mano estuviera agarrándole por la garganta
exigiendo que se calle
que siempre se quede callado
que sea un hombre
una ola de calor pintaba su cara,
la rojez ya dando la respuesta
le ardía
como si las palabras que tenía por dentro
fueran puestas en su frente
riéndose, corriendo, brincando sobre su inseguridad
no sabía si quería la pregunta
solo sonrió, y respondió,
“Sure, what’s up?”


Entre Tú y Yo

¿De qué tienes miedo?

¿Qué tal si los decepciono?

¿Por qué crees eso?

No sé, solo tengo ese temor. Quiero ser un hijo normal.

¿Como que normal?

Bueno, un hijo decente que cumple con las expectativas.

Me suena más deprimida esa situación que normal.

Tienes razón. ¿Bueno, pues cómo lo hacemos?

Primero tenemos que aceptarnos a nosotros mismos. Todos esos pensamientos que tienes,
suéltalos. Suéltalos y déjate vivir como te lo mereces.


Hijo Tuyo

No es que me das miedo
Ni que me has dado una razón para tenerte miedo
Pero tengo miedo a fallarte
Sé que lloraste cuando te enterraste
Mi mamá me lo dijo
Pero no porque tu hijo te salió gay
Pero porque tenías miedo de lo que tu hijo
Tendría que afrontar
Pero no tengas miedo, papá
Me has criado a trabajar, a amar, y a respetar
Que por supuesto haré
Yo ya no tengo miedo
Solo esperanza y alegría por lo que viene
No tengo muy claro mi futuro
Pero encuentro consuelo
En el hecho de que siempre seré tu hijo


The Blossoming / El Florecimiento


I sit here
the eve of completing my undergraduate studies
reflecting on what I’ve accomplished
once a scared boy
scared to admit
terrified to scream my truth
paralyzed into thinking I didn’t deserve to love
now a growing, thriving, blossoming person
so, to that chiquillo that was so scared to dance again,
you did it!
you found what you love
you are surrounded by love
and you love endlessly

Aunque a veces escucho al llanto de ese chiquillo
entiendo que crecimos de la misma raíz
partimos la tierra juntos
y por fin sentimos los rayos del sol
que hermoso sentir sus abrazos tan cálidos
porque jamás volveremos a ese espacio debajo de la tierra

October 2, 2024, Filed Under: Uncategorized

Processum et Expectare

by Poli Químbol

Tengo que tomar lo bueno con lo malo

sonríe con lo triste, ama lo que tienes

y recuerda lo que tuviste metiendo con los que

te ayudaron en los momentos en que estaba en bancarrota

y no tenía ni un centavo

Enlace al playlist acompañante

            A veces, cuando reflexiono en los eventos diversos de mi vida, siento que son una serie de momentos de encerramiento que van desde lo más breve y superficial, hasta lo más opresivo e institucional. Estar encerrado te puede dar una sensación de seguridad, de protección y privacidad. También te puede asfixiar, aplastar y hasta borrarte de tu comunidad. Sin embargo, el momento de encerramiento más total de mi vida es parte del camino que me ha traído a donde me encuentro hoy, contra todo pronóstico, y por eso no lo puedo lamentar ni olvidar. Así que, revisaré dos partes específicas de esta experiencia: la jornada mental de procesar queme iba a la prisión, y la jornada física de estar procesado por el sistema penitenciario estadounidense.

            Yo estaba viviendo en Medellín, Colombia, estudiando diseño gráfico e intentando establecerme en el negocio de la familia, pintando cuadros para poner en los apartamentos de adultos de la tercera edad que estábamos construyendo. En Medellín, no tenía de qué preocuparme y las autoridades no me buscaban, pero en Estados Unidos, todo lo contrario. Me tenían en BOLO, be on the lookout, y sabía que cuando algún día regresara, todo cambiaría. Había abandonado mi responsabilidad de libertad condicional en Texas y al regresar, me tocaría enfrentar la consecuencia de esa decisión. ¿Cuándo la enfrentaría? No lo sabía, pero sería mucho más pronto de lo que esperaba. Un día, me informaron que el negocio de la familia estaba experimentando dificultades y que ya me habían conseguido un boleto de regreso a Texas. Había llegado el momento. No había otra opción. Sentía como si dieciséis toneladas[1] hubieran caído encima de mí. Sabía que la única manera de superar lo que enfrentaba sería aceptarlo. Es decir, decidí que si me ofrecieran libertad condicional otra vez, lo iba a negar y elegir servir mi pena y terminar con toda esta pesadilla de una. Sabiendo esto, empecé a procesar.

            ¿Qué será?[2] ¿Cómo pasarían los siguientes días? ¿Me pararían en el aeropuerto? ¿Cuál aeropuerto? ¿Miami? ¿Llegaría a Austin? Ya estuve en el avión, preparando para despegarme de Colombia y entregarme a Estados Unidos. Era mi cumpleaños. Imagina eso. El mundo tiene un sentido del humor muy único, ¿no? No estaba celebrando otro año, sino cerrando un capítulo y empezando otro mucho más difícil. La misma historia triste y sin final.[3] Llegué a Miami, y en todos momentos sentía que algún guardia, oficial de la aduana o policía me iba a apuntar y decir, “¡Ahí está! ¡Deténgalo!” Pero no pasó nada. Nadie me miraba y yo no era nadie. Me sentí muy solo. Ahora, a Austin. Seguramente en Texas me identificarán. Aterrizamos en Austin y me preparé. Me desembarqué del avión y caminé hacía el área de equipaje. Mientras esperaba que llegara la maleta, continué con la anticipación de estar arrestado por sorpresa, pero nada. No pasó nada. Un poco aliviado por la primera vez en días, empecé el recorrido a casa. ¿Y ahora? ¿Cómo se entrega uno a las autoridades?

            Trabajé por un rato para ahorrar dinero porque sabía que hasta en la cárcel también hay un costo de la vida. Cuando tenía lo suficiente, dejé de trabajar y me preparé para entregarme. Empaqué 8 camisetas blancas, 8 pares de bóxers y calcetines blancos, una barra de jabón Dial, pasta de dientes Crest… todo los productos que yo ya sabía que usaron en las cárceles y prisiones de Texas. Cuando los guardias me vieran con estas cosas regulares, tal vez no pensarían nada al respecto y no me las quitaran. Llegó el día. La familia y yo salimos a comer juntos, una despedida final, y luego me llevaron directamente a la cárcel del condado. Abrazos. Lágrimas. Madre, perdóname. ¡Esto no se lo merece usted![4] Entré al edificio.

            Los guardianes adentro se sorprendieron cuando simplemente expliqué que estaba allí para entregarme. Me identificaron y empezaron a procesarme. Datos personales, revisión física, órdenes, y más que todo, la espera. Estar procesado completamente es un ejercicio de paciencia. Esperar tu turno. Esperar que llamen tu nombre. Esperar que te den información. I’m waitin’ and I’m ready,[5] pero el sistema de justicia no tiene prisa. Pasaron meses antes de que tuviera la oportunidad de aparecer en la corte. Me ofrecieron un periodo de libertad condicional y lo negué. Vivir bajo la sombra de esa opción es vivir encadenado. Sin decirme nada, me devolvieron a la cárcel. Otra vez esperando sin saber ni un detalle. Días. Semanas. Meses. Regresé a la corte y me ofrecieron la libertad condicional… otra vez. No entendían por qué no lo quería y me pareció que ni sabían qué hacer conmigo. Repetimos esta ronda de ofrecer, negar, regresar una y otra vez. Quemando tiempo. Comiendo techo.

Luego, un día entendieron y me dieron mi pena. Dura. Un precio muy alto para el pobre que hay en mí.[6] Y todavía, tuve que esperar para ser transportado desde la cárcel hasta la prisión, como una caja de carga. Además, cuando por fin me recogieron, no fue un viaje directo. Al estar procesado, pasé por etapas. Hays County Jail al Travis State Jail, espera… Luego, al TDCJ Holliday Transfer Facility en Huntsville, espera… Y de ahí, al Newton County Correctional Center, cerca de la frontera entre Texas y Louisiana. Había llegado. Procéceme una vez más y envíeme a mi celda de castigo[7] a esperar la parte más larga. Días. Semanas. Meses. Años… Sobreviviendo en una realidad de la cual yo no podía ni escapar.[8] Pero no duró para siempre.

            Entonces, llegó el momento de mi liberación. Me había procesado y ahora, yo empezaría un nuevo proceso. No iba a esperar ni un momento más. Regresé a Austin. Quería olvidar el tiempo perdido y seguir adelante. Como parte de la libertad condicional y para mantener la libertad, la primera cosa que uno tiene que hacer es obtener un trabajo y mantenerlo. Me mandaron a buscar un trabajo, pero un trabajo para mí no existía. Busqué en todos lados, y las entrevistas me salían bien, pero nunca superaba los controles de antecedentes. Nadie quiere contratar a un convicto. Luego, un amigo de la familia me contó sobre un programa que ayudaba a personas a regresar a estudiar y fue como un golpe de la claridad. Regresaría a estudiar, y lo haría de la manera en que debería haberlo hecho antes. Había escapado ese mandado de entrar a la fuerza laboral que era realmente inalcanzable para un perdedor[9] cicatrizado como convicto. Otra vez, una decisión única cambiaría mi vida y me expulsaría de esa infame puerta giratoria del sistema penitenciario.

Ahora, estoy cumpliendo múltiples títulos universitarios, interactuando con el mundo académico, artístico y cultural, y aprendiendo sobre mi propia identidad. Sin embargo, durante todos estos logros, mis tiempos de encerramiento estaban ocultados y es con esta escritura por fin estoy hablando mi verdad y compartiendo mi historia penitenciaria. Nunca imaginé que me sentiría seguro revelando tanto, y sí sé que estoy agradecido de ser capaz de decir, I went to college and I went to jail[10], y los dos hechos son parte de quien soy yo.

Soundtrack

Las frases vinculadas en mi ensayo son de la letra de las siguientes canciones. Están ordenadas como están escritas en el ensayo.

  1.  Dieciséis toneladas por Los Flamers, Chica Vacilona (2007)
  2.  ¿Qué será? por Willie Colón, Fantasmas (1981)
  3.  Mi libertad por Jerry Rivera y Voltio, Canto a Mi Idolo… Frankie Ruiz (2003)
  4.  Pátio de la cárcel por Omar Montes y Farruko, Quejíos de un Maleante (2022)
  5.  Useless por SPM, The Devil’s Mansion (2019)
  6.  Canción de la prisión por Mirla Castellanos (1975)
  7.  Pepe Botika (¿Dónde están mis amigos?) por Extremoduro (1993)
  8.  El día de mi suerte por Willie Colón y Hector Lavoe, Lo Mato (1973)
  9. Loser por Beck, Mellow Gold (1993)
  10.  I Went to College / I Went to Jail por ERNEST y Jelly Roll (2024)

[1] Dieciséis toneladas por Los Flamers, Chica Vacilona (2007)

[2] ¿Qué será? por Willie Colón, Fantasmas (1981)

[3] Mi libertad por Jerry Rivera y Voltio, Canto a Mi Idolo… Frankie Ruiz (2003)

[4] Pátio de la cárcel por Omar Montes y Farruko, Quejíos de un Maleante (2022)

[5] Useless por SPM, The Devil’s Mansion (2019)

[6] Canción de la prisión por Mirla Castellanos (1975)

[7] Pepe Botika (¿Dónde están mis amigos?) por Extremoduro (1993)

[8] El día de mi suerte por Willie Colón y Hector Lavoe, Lo Mato (1973)

[9] Loser por Beck, Mellow Gold (1993)

[10] I Went to College / I Went to Jail por ERNEST y Jelly Roll (2024)

Primary Sidebar

Students Creative Writing

  • Río Bravo, Tamaulipas, México 
  • El Eduardito estaba en otra misión
  • Reventemos el piso, como las hormigas
  • Dear Dad
  • El Florecimiento, poemas

Footer

FOOTER SECTION ONE

FOOTER SECTION TWO

FOOTER SECTION THREE

  • Email
  • Facebook
  • Instagram
  • Twitter

UT Home | Emergency Information | Site Policies | Web Accessibility | Web Privacy | Adobe Reader

© The University of Texas at Austin 2025