Por CINDIA ARANGO LÓPEZ
A PRINCIPIOS DE 1960, los habitantes de los municipios de El Peñol y de Guatapé, asentamientos localizados en las montañas de los Andes centrales colombianos, jamás pensaron que tendrían que migrar con sus pertenencias e historias a cuestas y en medio del agua. Habitantes en su mayoría campesinos habían transcurrido sus vidas por más de 200 años en el mismo lugar y de un momento a otro vieron trastocados sus proyectos de vida, sus anclajes territoriales y sus identidades ante la creación de la represa de Guatapé. Décadas de historia y de arraigos fueron movidas completamente tan solo en un par de años ante la creación de un cuerpo de agua artificial.
La generación de energía basada en hidroeléctricas y la comercialización del recurso hídrico ha representado en la historia de América Latina una forma de acaparamiento territorial y de recursos naturales bajo la insignia del desarrollo económico promovida desde 1960 para nuestra América. El agua es quizás el recurso no renovable más debatido en las agendas políticas globales actuales. Al mismo tiempo, la exigencia por la creación de energía alternativas a los biocombustibles y de centrales hidroeléctricas parece seguir un camino lento de ser reemplazadas.
Los habitantes de El Peñol y Guatapé fueron testigos de un proyecto hidroeléctrico que presentó en 1970 como el gran proyecto de desarrollo para el Departamento de Antioquia y también para gran parte del país. La creación de la represa de Guatapé en el Oriente del Departamento de Antioquia en Colombia permite comprender las implicaciones del debate sobre el agua en medio de proyectos de desarrollo (ver mapa No. 1). Además, permite analizar las repercusiones sociales, territoriales y culturales que traen consigo los proyectos de infraestructura en las comunidades. El manejo, uso, administración y redistribución del agua por los seres humanos es quizás el eje de atracción para los debates socioambientales actuales. Por ello, el agua es el recurso protagonista en estas líneas.
La falta de agua y la búsqueda por una solución regional
Desde 1920 algunos ingenieros en Antioquia como Jorge Villa expresaron por primera vez el potencial hidroeléctrico de la región del Oriente antioqueño, señalando las zonas rurales de municipios Guatapé, El Peñol, San Carlos y San Rafael (la zona de embalses identificada con color verde en el mapa) como escenarios ideales para lograrlo. Sin embargo, desde 1930 el aumento demográfico en la ciudad de Medellín en medio de su proceso de urbanización e industrialización, permitieron consolidar la idea de que había que salir a buscar agua más allá de Medellín. De hecho, el Oriente antioqueño es una de las subregiones más cercanas a esta ciudad con distancias entre 30 y 40 km aproximadamente por tierra (unas 18 millas). Efectivamente, en la década de 1930 se publicó un artículo en el Periódico El Zócalo que titulaba: “Medellín morirá de sed dentro de 50 años. Hay que salir del Valle de Aburrá”. Esta antesala abrió las posibilidades para que ingenieros y técnicos de la ciudad consideraran la importancia de buscar alternativas para el abastecimiento de agua potable, cuestión que no era ajena a otros países en América Latina por aquel entonces.
En consecuencia, en 1955 se fundó en Antioquia las Empresas Públicas de Medellín (EPM), un establecimiento autónomo que se fundó para ofrecer servicios domiciliarios básicos como agua, telefonía y energía eléctrica. Es común escuchar en la cotidianidad antioqueña que EPM es quizás la mejor empresa de servicios públicos de América Latina como una suerte de orgullo local. Con su fundación, la empresa impulsó la necesidad de ampliar el abastecimiento de agua para la ciudad de Medellín. Con EPM consolidándose se iniciaron los primeros estudios técnicos y de interventoría entre 1960 y 1963 para la creación del embalse de Guatapé— estudios que se localizaron en las zonas rurales y urbanas de los municipios de El Peñol y Guatapé por su cercanía al Río Negro-Nare que desemboca al Río Magdalena. Los años transcurridos entre 1963 y 1970 fueron fundamentales porque aunque el proyecto se planteaba de manera técnica y sin claridades para la comunidad, la respuesta de los habitantes fue la organización y movilización social. Es decir, los habitantes de estos municipios identificaron que un proyecto de infraestructura llegaría hasta las puertas de sus casas y que se impondría hasta sus propios linderos sin haberlos tenido en cuenta. Estaban al frente de la desaparición física y material de su pueblo y de un posible reasentamiento no planificado.
Así fue como mientras EPM pedía préstamos con el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, actualmente Banco Mundial. Simultáneamente, la comunidad se organizaba de manera masiva para hacer frente al proyecto y evitar su instalación. Los esfuerzos colectivos dieron sus frutos en 1969 cuando se firmó un documento conocido como “Contrato Maestro”, pactado entre EPM y el municipio de El Peñol en representación a sus habitantes. En el documento se redactaron 95 cláusulas que buscaban mitigar el impacto del reasentamiento y considerar los reacomodos sociales para esta población.
Los estudios técnicos siguieron avanzando y al mismo tiempo la construcción de viviendas en un nuevo terreno. Ambos procesos podrían decirse que fueron realmente traumáticos para la población. De un lado, EPM lentamente iba omitiendo los acuerdos pactados en el “Contrato Maestro”, principalmente la creación de viviendas tan disimiles a sus viviendas originales. De otro lado, la comunidad día a día tenía que enfrentarse con la decisión de irse llevando su territorio a cuestas, o quedarse mientras el agua subía por sus tobillos.
La creación de un embalse o destrucción de un hogar
El Viejo Peñol fue construido a orillas del río Negro-Nare, dando a sus habitantes un fácil acceso al agua. Fundado en el siglo XVIII, El Peñol comenzó como un pueblo indígena, enfocado en el cultivo de maíz, papa, frijol y zanahoria. Los habitantes de la zona utilizaban el río para la pesca, el riego de cultivos y para tareas cotidianas como el lavado de ropa o el transporte.
La vista del río apacible que fluía por el parque central de El Peñol cambió con la inundación del embalse, que comenzó en 1970 y que culminaría en abril de 1979. Actividades como la exhumación de aproximadamente 1.100 cadáveres del cementerio, la desintegración de núcleos familiares, la escogencia de las familias que poblarían el nuevo asentamiento y la particularidad de excluir a los solteros y viudos como parte integrante del nuevo pueblo eran parte del debate central diario. Este proceso de reasentamiento significó el olvido obligado de las redes colectivas ancladas a su espacio habitual y una acomodación a los nuevos estándares de urbanismo. El pueblo que fuera de cuadrícula romana rodeada por el río y con cultivos en sus laderas parecía haberse dinamitado y reemplazado por un asentamiento de líneas urbanas con casas homogéneas y pequeñas que no respondía a las necesidades de las numerosas familias antioqueñas campesinas.
El cuerpo de agua artificial ha reconfigurado parcialmente la vocación de El Peñol de un pueblo agrícola a un pueblo enfocado al turismo. La reactivación del sector agrícola en las porciones rurales de El Nuevo Peñol tardó años en lograrse, y la promoción de nuevos cultivos y su inserción en el mercado regional sigue en proceso. Mientras tanto el centro urbano de Guatapé frente a la represa, se erige como un pueblo con variada oferta gastronómica y actividades recreativas para los locales y visitantes. Al mismo tiempo, la represa continúa generando energía en Antioquia y otras partes de Colombia, pero con un vida útil reducida.
Este proceso podría entenderse como un reacomodo espacial condicionado por la comercialización del agua. Un proyecto en nombre del desarrollo que trató de borrar lazos comunitarios. Hasta la actualidad, hay unas ruinas que emergen del agua como la cruz de la iglesia principal, en la actualidad referente de algunos eventos colectivos religiosos y deportivos. Sobreviven muchos recuerdos en las voces y memorias de los habitantes que alcanzaron a vivir en el viejo Peñol, como se le conoce a los restos del pueblo que yacen bajo la represa. Sin embargo, el carácter colectivo y organizativo de los habitantes de estos asentamientos es quizás una de las huellas más palpables del pasado que permitieron hacer resistencia a un pueblo que quisieron desaparecer bajo el agua.
La organización social de los habitantes de El Peñol durante la década de 1960 fue significativa para el Oriente Antioqueño como región. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, el Oriente Antioqueño era el eje industrial y comercial de Antioquia, zona donde se concentraría la tercera parte de la generación de energía del país. Muchos líderes de El Peñol, así como miembros de la comunidad, se opusieron a la propuesta de la represa. Si bien fue imposible detener el proyecto, el “Contrato Maestro” incluyó uno de los primeros lineamientos para el reasentamiento humano en Colombia. Durante la década de 1970 y principios de la de 1980 se presenció el establecimiento del Movimiento Cívico del Oriente Antioqueño, que incluía líderes de El Peñol y otros municipios, como Marinilla, y fue motivado principalmente por el alto precio de la energía. Paradójicamente, EPM y el gobierno desplazaron a un pueblo entero para construir una represa hidroeléctrica, pero los habitantes del territorio terminaron pagando los servicios de energía más caros del país.
Vecinos locales y subregionales organizaron una serie de huelgas y protestas en 1982 y 1984 durante uno de los períodos más críticos de la protesta social en el Oriente antioqueño del siglo XX. Fue así como el 30 de diciembre de 1989 fue asesinado en Marinilla, a pocos kilómetros de El Peñol, uno de los líderes del Movimiento Cívico, Ramón Emilio Arcila. Con su asesinato se cerraron los caminos de la protesta social. Sin embargo, se generaron nuevas puertas para pensar el futuro incierto de la explotación de los recursos naturales y su impacto en la población de la región.
En el Oriente Antioqueño hay un recuerdo orgulloso de los movimientos sociales de las décadas de 1960 a 1980, que llevaron a muchos colombianos a darse cuenta de que el desarrollo de los territorios podría estar mediado por la conciencia de los recursos naturales que tenemos. Como también, por la participación activa de las personas que residen en los territorios. El agua sigue estando en el centro del debate porque el Oriente Antioqueño sigue siendo una potencia hídrica para Colombia. La pregunta es si Colombia seguirá con el mismo modelo de desarrollo hídrico o si se inspirará en nuevos movimientos sociales para construir propuestas alternativos sustentables.
El significado del agua
Según el Banco Mundial, Colombia es rica en recursos hídricos, pero esta riqueza no llega a todos los colombianos por igual. La administración del agua en el país sigue políticas ambientales que podrían considerarse obsoletas en el marco de la sostenibilidad. Los proyectos hidroeléctricos han puesto en riesgo de desaparición a comunidades enteras, que sigue siendo una constante en el desarrollo y no debe ser omitida. Tal es el caso actual de la represa de Hidroituango, también en Antioquia. En los últimos años, este proyecto ha desplazado a más de 500 habitantes y ha puesto en riesgo a cientos de familias. Una audiencia el 27 de abril de 2013 en el Congreso de la República corroboró la constante violación al Derecho Internacional Humanitario a las comunidades desplazadas. Así, el caso del reasentamiento de El Peñol no ha sido una experiencia aislada. Por el contrario, los proyectos de infraestructura y el uso inadecuado de los recursos naturales siguen imponiéndose a muchos colombianos.
Podría decirse que una población dedicada a la agricultura de tipo minifundio se vio seriamente trastocada con nuevas vocaciones sin antecedentes como el turismo y el comercio del agua. Los habitantes de El Peñol tuvieron que reinventarse ante la llegada de los proyectos de desarrollo hidroeléctricos que aún persisten en la región. Tuvieron que aprender a crear nuevos espacios colectivos y asumir que el agua que siempre los había acompañado en formas cotidianas de pesca o transporte también había cambiado. El agua ahora representa la energía eléctrica para gran parte de los colombianos en los Andes centrales y al mismo tiempo para el turismo náutico. Sería pertinente observar cómo un mismo recurso como el agua puede tener múltiples significados y al mismo tiempo transformar por completo todo un pueblo. Desparecerlo o reiventarlo. ✹
Cindia Arango López es estudiante en el programa de doctorado del Instituto de Estudios Latinoamericanos Teresa Lozano Long (LLILAS), en la Universidad de Texas en Austin. Sus investigaciones se centran en temas de historia ambiental, geografía humana, identidad y debates sobre esclavitud colonial.
Referencias
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