BY SUSANNA SHARPE
Olimpia Montserrat Valdivia y Fátima Valdivia son hermanas gemelas idénticas de León, Guanajuato, Mexico, que estudian el doctorado en el Instituto de Estudios Latinoamericanos Teresa Lozano Long (LLILAS) de la Universidad de Texas en Austin.
Fátima comenzó el PhD en 2016. Como abogada y antropóloga social, trabajó por siete años en la Sierra Tarahumara de Chihuahua en el norte de México, primero como voluntaria y después como consejera legal a grupos indígenas. En 2013, fundó el Centro de Capacitación y Defensa de los Derechos Humanos e Indígenas A.C. (CECADDHI) con una colega, con el propósito de promover el respeto y la efectividad de los derechos humanos de las comunidades de la región, incluyendo la autonomía indígena. Está realizando su trabajo de campo con fondos de una bolsa Mellon International Dissertation Research Fellowship. (Lea su artículo sobre derechos indígenas en Tarahumara en la revista Portal.)
Montserrat, o Montse, comenzó el programa PhD en 2017 después de cinco años de trabajo con poblaciones jóvenes en la frontera de México y Guatemala. Trabajó con la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, la Organización Internacional para las Migraciones y la Organización de Estados Americanos. Recibió una beca Brumley Next Generation Graduate Fellow del Centro Strauss para la Seguridad y la Ley Internacional (LBJ School of Public Affairs) para el año académico 2019–20. Afuera de la universidad, ha trabajado con Justice for Our Neighbors (Justicia para Nuestros Vecinos), ayudando a personas que buscan asilo en los Estados Unidos, y actualmente es becaria en geopolítica aplicada para Stratfor, donde aconseja sobre asuntos de geopolítica y seguridad en Latinoamérica. Su trabajo se enfoca en adolescentes centroamericanos de 13 a 17 años que han sido miembros de pandillas y que buscan una salida de esa vida y nuevas oportunidades atrás del asilo en México.
En esta entrevista, Fátima y Montserrat hablan de la gente que ha influenciado sus vidas, su camino a la academia y su relación una con la otra.
Ustedes dos son académicas y activistas, que combinan el trabajo con comunidades vulnerables, la formación académica y la investigación. Quisiera saber cómo llegaron a este momento.
Montse: Bueno, no estoy segura de cómo responder a esta pregunta. Más que Guanajuato creo que mi madre es quien me trajo aquí porque gracias a su sacrificio me convertí en una mujer que estudia un doctorado en un país extranjero. Mi hermana gemela y yo somos la primera generación en la familia que estudió bachillerato. Nadie en nuestra familia tiene una carrera académica, todos mis familiares son obreros de fábrica de calzado y construcción que sólo terminaron algunos años de la escuela primaria. Mi madre fue la única de sus hermanos que estudió la secundaria. En su familia la educación era un privilegio costoso.
Ella no sólo estudió sino que trabajó a una edad muy temprana. Tiene recuerdos de haber ido a trabajar a la fábrica de cajas de zapatos cuando tenía siete años. Para ella, la educación era el camino para lograr la independencia. Terminando de estudiar la secundaria a los 16 años se dedicó a trabajar como auxiliar contable y desde entonces cuidó de mi abuela, y luego nos cuidó a mí y a mi gemela, sola, sin el apoyo económico o emocional de nadie más. Desde que éramos niñas siempre nos habló de la importancia de la educación y de tener una carrera profesional. Siempre nos mantuvo a salvo y ha sido un ejemplo de honestidad, trabajo duro, amor incondicional y compromiso. Aunque es totalmente ajena al mundo académico y no entiende totalmente qué significa hacer un doctorado, sigue apoyándonos.
Fátima: Esta pregunta me la he hecho constantemente. Mi hermana y yo venimos de una familia humilde, de clase obrera. Somos las primeras en obtener una carrera universitaria, y de las pocas que incluso terminaron su educación básica, así que la vida académica nunca fue familiar para nosotras. Tampoco el activismo caracterizaba a mi familia. Mi madre, como madre soltera, invirtió su energía diaria en sobrevivir y en tener lo necesario para salir adelante, ella obtuvo su certificado de educación secundaria hace apenas unos años. Mi hermana y yo crecimos viendo telenovelas al lado de mi abuela, quien para apoyar con los gastos de casa mantuvo por años un puestecito de dulces en la puerta de la casa. Nuestra vida no estuvo rodeada ni de consignas, ni de libros. Nuestra vida estuvo rodeada de amor, de un amor de mujeres luchadoras, un amor que disciplinó nuestras vidas en la generosidad, que nos enseñó a vivir con poco, y a ser sensibles a las necesidades de los demás a pesar de las propias. Mi madre es una mujer justa. Siempre la vi queriendo hacer lo mejor en cualquier espacio, y eso significaba ser una persona transparente, clara, que no pasa por encima de los demás, y que todo lo que tiene lo ha ganado por mérito propio.
Mi madre y mi abuela nos enseñaron siempre la gratitud y la generosidad. Para nuestra madre, el único sentido de alcanzar una carrera universitaria era servir a los demás. “Si ustedes van a tener una profesión en su vida que sea para ayudar a otros,” nos decía siempre; incluso el año pasado cuando vino a conocer la Universidad de Texas lanzó un profundo suspiro y nos dijo “niñas, se deben sentir muy afortunadas porque esta oportunidad no la tiene nadie.”
Mi abuela nos enseñó desde jóvenes a compartir el fruto del trabajo. A los 16 años, cuando recibimos nuestros primeros sueldos, debíamos dar la mitad de ellos a mamá, pues esto era un acto de justicia y el primer paso de la multiplicación de bendiciones en la vida. Estos ejemplos de vida, junto con mi acercamiento temprano a grupos juveniles católicos, inspirados en la teología de la liberación, los ubico como la motivación de mis opciones.
Las dos tienen experiencia laboral correspondiente a su profesión y campo de estudio. ¿Por qué decidieron entrar al programa del doctorado de LLILAS, y cómo creen que éste cambiará o beneficiará su futuro profesional?
Montse: Debido a las condiciones en las que se produce la migración irregular en la región (Centroamérica-México-Estados Unidos), y a los problemas sociales que surgen de este contexto, es necesario contar con profesionales que además de su trabajo en el campo, puedan contribuir también a la producción académica, utilizando sus conocimientos para mejorar la situación de las poblaciones más vulnerables, como es el caso de los migrantes y refugiados. Por ello, aunque estaba realizando una importante labor en mi país, para mí era sumamente importante continuar con mi educación y profesionalizar mis conocimientos. En el contexto mexicano, las ofertas de trabajo dentro de la academia son escasas y con bajos salarios; las posibilidades son mejores cuando se tiene un título de postgrado de una institución extranjera.
Mi experiencia en LLILAS ha sido maravillosa ya que me permite mezclar la vida académica con el activismo. Eso es crucial porque la situación política exige más activismo de los académicos, también porque las nuevas generaciones en México no están motivadas para seguir estudiando antropología o ciencias sociales en general; la mayoría de ellos no saben para qué sirve la antropología o la investigación social, o qué tipo de trabajo pueden realizar los científicos sociales más allá de ser académicos.
Fátima: La motivación para cursar un doctorado vino de mi trabajo diario en Tarahumara, y en el beneficio práctico que le encontré a la formación académica luego de mi maestría. Cuando cursé la maestría en antropología social, en México, sufrí mucho el proceso académico. Aunque quería seguir formándome y encontrar herramientas que me ayudaran a desempeñar mi trabajo en Tarahumara de una mejor manera, la academia me parecía falsa, elitista, muy radicalizada pero poco humana y alejada de los problemas sociales que analizaba. Si bien sigo creyendo esto de una gran parte del mundo académico, luego de concretar la maestría y volver a mi trabajo como abogada en Tarahumara descubrí que mi mirada había cambiado. El proceso académico me había dado la oportunidad de autocriticar mi trabajo y mejorarlo. Mi perspectiva respecto al trabajo con derechos indígenas había evolucionado, yo había evolucionado. Esto fue la base para tres años después de concluir la maestría aplicar a un doctorado.
Para mí no hace sentido estudiar un posgrado tras otro sin procurar la experiencia laboral fuera de la burbuja académica. Es la experiencia laboral la que me ha empujado a buscar otras herramientas de trabajo, algunas de las cuales he encontrado en la academia. Luego de la maestría vine a conocer el programa de doctorado a UT, pero en ese momento resolví que no lo necesitaba. Quería regresar a trabajar a Tarahumara y así lo hice durante tres años más. En ese camino el tema de la violencia en la región, derivada del tráfico de drogas, fue más evidente para mí. Ese era el tópico recurrente en cada reunión de trabajo. Comencé a darme cuenta que ninguno de los que trabajamos en la región habíamos profundizado en el tema, a pesar de estar buscando respuestas constantemente. Así se dibujó la idea del doctorado en mi mente. Necesitábamos entender un poco lo que estaba ocurriendo con el tráfico de drogas en la región, para luego pensar en acciones concretas. Sentí que esta tarea sí merecía que invirtiera cinco años en un doctorado y así llegué aquí.
El programa de doctorado, sin embargo, ha sido más que eso. Sin duda he podido entender muchas cosas del tráfico de drogas y del esquema de dominación en el que se ancla. A su vez estos aprendizajes individuales los he podido colectivizar en la región cada periodo vacacional que vuelvo para trabajar en la organización de la que soy parte. Pero este programa de doctorado ha sido una enseñanza de vida. Tanto los contenidos aprendidos, como las personas maravillosas a las que he tenido acceso, han transformado mi visión de la sociedad que nos rodea y de mi misma. Los beneficios intelectuales han sido los menores, y los de menor importancia para mí. La experiencia del doctorado me ha enfrentado a mis egos intelectuales y políticos, a mis prejuicios, a mi intolerancia y radicalidad estéril, a mis limitaciones de todo tipo. En esa misma medida el doctorado me ha hecho crecer.
¿Cómo era su relación de hermanas cuando eran chiquitas? ¿Tenían intereses parecidas?
Montse: Recuerdo mi infancia llena de amor y sonrisas gracias a ella, y con ella a mi lado nunca me he sentido sola. Tengo que decir que no siempre fue una relación armónica, sobre todo en la adolescencia peleábamos por casi todo. La adolescencia es una etapa difícil de la vida, y aunque ser gemelas es una experiencia maravillosa, también es difícil en términos de definir tu identidad, tu individualidad, y evitar comparaciones tóxicas de parientes y amigos. Sin embargo, cuando creces tu identidad madura a la par, además de que siempre nos hemos amado mucho. Aunque tenemos personalidades muy diferentes, tenemos intereses y valores similares. Creo que el hecho de que las dos hayamos estudiado antropología, yo desde la licenciatura y Fátima como máster, y que estemos en el mismo doctorado, te dice lo similares que somos en términos de interés profesional. Creo que la diferencia es que nos centramos en diferentes temas para la investigación y el activismo y ella disfruta de la academia un poco más que yo—le encantaría ser profesora, por ejemplo, y a mí me interesa muy poco la vida académica.
Fátima: Nuestra relación como hermanas gemelas ha sido una rueda de la fortuna, una experiencia mágica, pero también dura. Las comparaciones, las expectativas, la falta de individualidad en los círculos comunes son cosas que marcan nuestra relación, que la hacen compleja. Juntas o por separado hemos aprendido a lidiar y resolver estos desafíos, y creo que lo hemos hecho bien. A pesar de nuestra semejanza física, y de nuestra afinidad profesional actual, somos personas muy distintas. Como todos los hermanos (creo) tenemos intereses que compartimos, como la opción de trabajar en favor de personas en situaciones de opresión (ella personas en migración, yo personas indígenas). Pero en otras cosas hemos tenido opciones muy diversas, por ejemplo, mientras yo estudiaba derecho ella estudiaba artes plásticas, luego fotografía, luego antropología. Cada quien tenía vidas separadas, amistades distintas, aunque en realidad creo que nos seguíamos los pasos. Ambas nos casamos el mismo año, y estamos en el mismo doctorado, así que creo que seguimos gestando la vida juntas.
Si piensas en tu hermana gemela, ¿cómo ha influenciado ella a tu camino en la vida y la persona que eres hoy?
Montse: Bueno, siempre he pensado que la mitad de mi corazón es ella, así que definitivamente es una parte importante de lo que soy como persona. Siempre la he admirado, su fuerza, su carisma, su asertividad en la toma de decisiones, su inteligencia y su enorme corazón. Siempre ha sido más valiente que yo, así que me inspira a probar cosas nuevas, el doctorado fue en parte resultado de esto. Ella vino aquí primero, me habló del programa y me animó a aplicar.
Fátima: Montserrat ha sido un ejemplo de bondad para mí. Ella ha tenido siempre un corazón generoso, y un compromiso profundo con el sufrimiento ajeno. Cuando me pierdo en mi ego ella siempre me hace poner los pies en la tierra, me recuerda lo que es importante, me recuerda de dónde venimos y a quiénes nos debemos. Es una verdadera feminista, una mujer excepcional que ha atravesado por mucho y que ha madurado a pasos apresurados. Crecer con Montserrat me ha enseñado a amar, a cuidar, a compartir y a proteger. Ella ha sido una maestra de vida para mí.
Por Montserrat llegué a la antropología, fue ella quien me mostró la convocatoria de la maestría pensando que podría interesarme, y fue quien prácticamente hizo todo mi proceso de admisión ya que yo me encontraba en Tarahumara con muy poco acceso a internet.
¿Cómo es la experiencia de estar en el mismo programa de PhD? ¿Son independientes una de la otra? ¿Se buscan para el apoyo?
Montse: Creo que las dos cosas. Estar aquí como una familia, no sólo con ella sino con Jorge, mi esposo, que también es estudiante de doctorado en LLILAS, ha sido un gran apoyo para los tres, tanto en términos económicos como académicos. Siempre discutimos temas académicos, y nos apoyamos mutuamente cuando es necesario. Sin embargo, soy una persona solitaria en términos de trabajo, no suelo compartir o hablar de mi trabajo. Estar juntas en LLILAS ha sido una experiencia interesante.
Antes del doctorado vivíamos en diferentes estados de México, ella estaba en la frontera norte y yo en la frontera sur del país, y así fue durante años. Cuando llegué aquí las personas empezaron a confundirme con ella después de mucho tiempo de que esto no me sucedía pues estábamos separadas. Incluso los profesores me han confundido en clase con Fátima y me han preguntado sobre el tema de investigación que ella está haciendo, pensando que soy ella. Eso es divertido para mí, como conozco bien su tema de investigación respondo a sus preguntas, nunca los saco de su error, jajaja.
Fátima: En el proceso de doctorado compartimos mucho. Si bien cada quien tiene un tema independiente y su propia perspectiva, así como redes, usualmente estamos discutiendo temas, y dándonos referencias.
¿Quiénes han sido la mayor influencia en tu vida y tu carrera?
Montse: Bueno, profesionalmente tengo una profesora de la universidad de mi ciudad natal, Universidad de Guanajuato Campus León, la Dra. Maricruz Romero Ugalde, que me ha apoyado desde que era estudiante, y le estoy muy agradecida. Actualmente he conocido a profesoras increíbles como la Dra. Rebecca Torres, la Dra. Caroline Faria y la Dra. Christen Smith, que me inspiran mucho, hacen volar mi cabeza con su inteligencia y estoy muy agradecida de tener la oportunidad de conocerlas y aprender de ellas. En la vida, tengo que decir de nuevo que mi madre y mi abuela son mi principal inspiración e influencia. Ellas son totalmente ajenas al mundo académico y a los feminismos, pero me han enseñado en la practica sobre la sororidad y el amor más fuerte que puede haber entre mujeres. Y por supuesto Jorge mi esposo también ha sido una gran influencia en mi carrera y en mi vida, es mi mejor amigo e inspiración intelectual. No estaba segura de hacer un doctorado, pero él me animó a emprender esta nueva aventura juntos, y aquí estamos, aprendiendo, siendo compañeres en la vida y en la academia.
Fátima: Como ya he dejado claro, mi madre, mi abuela y mi hermana son quienes más han influenciado mis opciones de vida, de la que forma parte mi ejercicio profesional. Fuera de ahí son muchas personas las que se han atravesado en mi camino y me han dejado grandes regalos, incluidas las personas con quienes trabajo diariamente en Tarahumara. Pero en esta ocasión me gustaría reconocer la presencia de la señora Julia en mi vida.
La señora Julia era una anciana a quien Montserrat y yo conocimos en nuestra ciudad natal, León, Guanajuato. Ambas veníamos sentadas en el autobús que nos llevaría a casa cuando la señora Julia abordó cargando un gran costal. Montserrat le cedió el asiento y entonces ella y yo viajamos juntas. Ella recogía comida que los mercados desechaban, y pedía dinero para poder usar el autobús, pues hacía tiempo que sus hijos se desentendieron de ella. Durante la plática le pregunté su dirección, y una semana más tarde Montserrat y yo nos dimos a la tarea de buscarla. Encontramos que vivía en un terreno baldío, donde tenía un pequeño cuarto hecho con láminas de cartón, y a donde había que entrar agachadas porque era minúsculo. Nos comprometimos (Montserrat más que yo, debo reconocerlo), a visitarla cada domingo, a compartirle algo, y a construirle al menos una habitación más grande. Así lo hicimos con el grupo juvenil al que pertenecíamos, y seguimos visitándola durante un tiempo, hasta que un buen día llegamos a verla y no la encontramos más. Los vecinos nos dijeron que había enfermado y que uno de sus hijos la llevo con él.
La señora Julia dejó en mi vida el regalo de la fe, y del compartir. En aquel cuarto donde no cabía nada, ella tenía un altar hecho con estampitas que se encontraba por la calle. Ella decía que era afortunada porque Dios estaba con ella y la protegía, sobre todo en época de lluvias cuando ahuyentaba los truenos luego de que ella se lo pedía. A pesar de no tener nada, cada domingo que Montserrat y yo llegábamos a verla nos tenía reservado algo de lo que había recogido en la calle, o que alguien le había regalado—pedazos de listón, pan frío, cualquier objeto que le parecía lindo. El último regalo que nos hizo es una maceta que da una flor cada año. Cuando la veo pienso en ella, en su sonrisa buena, en su corazón bello, en su amor por la vida a pesar de la precariedad; sobre todo pienso en el compromiso que tengo al haber recibido tanto de la vida.